Mientras que en su origen, conformación y evolución las religiones no son ajenas a la influencia de su contexto histórico social y cultural éstas, a su vez, se transforman en instrumentos de legitimación que exceden el ámbito propio de lo religioso alcanzando las estructuras sociales y culturales en general. En nuestro contexto, podemos observar este fenómeno con respecto a las distintas tradiciones cristianas. Aunque han habido varias expresiones cristianas minoritarias —frecuentemente denominadas “heréticas”— que cuestionaron o resistieron los valores culturales heteropatriarcales, sabemos también que el cristianismo en general ha adoptado desde muy temprano estos valores de su entorno preservándolos, transmitiéndolos y reproduciéndolos globalmente a través de sus discursos, prácticas e instituciones. Estos elementos —que se sustentan teológicamente apelando a ciertas interpretaciones de las Escrituras, de la historia de la iglesia, del dogma y las doctrinas, y se inscriben en las prácticas eclesiales y pastorales— impactan más allá del ámbito específico de lo religioso, reinsertándose como parte constitutiva del entramado sociocultural vigente.